Té sin azúcar por la mañana,
con un chorrito de leche de soja.
Dejo la guitarra de nuevo en su sitio;
demasiados cortes para tocarla.
O el sueño de la cuerda rota, que más dá.
Empiezan las excusas, y aún no he terminado el vaso.
Por la noche cojo el bote de crema de cacao,
una cuchara larga
y mando a la mierda los propósitos
-los muchos de ellos-
que gobiernan solo un pequeño lapso de tiempo.
Intervalo que sucede desde que me acuesto
empachada de todos mis antojos,
hasta que voy por la mitad de ese brebaje
sin edulcorar y de un tono turbio,
pasando por todos mis sueños.
En el mundo de las sábanas
yo soy la heroína y gano siempre.
Huyo más que lucho, si bien es cierto.
Pero salvo vidas.
Despierto entonces
con un té sin azúcar
y algo que contarle a Pablo,
y a veces hago flexiones o estiro.
No estiro, desde hace tiempo,
desde que me siento más en sofás que en el suelo.
A veces también escribo,
por la mañana... -que loca, sin luna-
fruto de una extraña inspiración
entre sorbo y sorbo.
Olvido la taza cuando quedan dos dedos,
por costumbre, me cuestan los finales.
Cojo una piedra de esas
que se antepusieron en mi camino
y me siento antes de llegar a la meta.
La observo
desde relativamente cerca
Pero espero un rato y veo la gente pasar,
escucho trozos de sus conversaciones,
y las convierto inconsciente de ello
en lo de atrás de mis futuros sueños.
El té ya hace una hora que se ha enfriado.
De mientras llamadas, horarios y planes
y la terraza con sol ahí al lado.
La veo desde lo alto,
cerca y con tanto suelo...
que se merece ser el final de este poema.
Y el principio de mi nueva era.
sábado, 8 de abril de 2017
jueves, 6 de abril de 2017
Magia primaveral
Descansa un avión en mi teclado, muy cerca de las flechas hacia adelante que impulsan a la vida. Esa inquieta máquina de acciones y pensamientos -la vida en clase turista- viaja entre la piel de las curtidas huellas, desde el limonero de allí abajo hasta nuestro hogar.
Los gatos observan como exprimimos nuestra curiosidad en sus hocicos, y se acercan confiados, pero gatos aún. Y recargamos lo de dentro de la sudadera para saltar. La verjas son obstáculo nulo para su pandilla multicolor, y me vuelvo ellos. Aún y todo la tarta de manzana se cuece en el horno, y ciertas historias escalan unos pocos metros hasta el siguiente reposo, restando animalidad a la cuenta total.
En los sueños de cualquier mujer, y también en los de los humanos, se perciben mágicos y siniguales los colores de las ocho de cualquier tarde de abril, al ras de cientos de campos salvajes, labrados o intactos. Nos inmiscuimos entre sus flores, sus buenas o malas o neutras, las hierbas, y nos aceptan.
El sol apuesta por nuestra compañía, se queda un rato más con tus ojos verdes, y me ríes la paz de estar aquí, tan presentes y pronunciados, capaces de obviar cuando llueve hasta puntos ilimitados.
Me retiro a soltar la columna erguida en el colchón postrado, con la gratitud infinita de, entre mucho inviable de mentar, ser capaz de darme cuenta de que todos, absolutamente todos los días desde que te conozco, has aprovechado al menos una oportunidad en el día compartido, y tantas muchas más que una, de sonsacarme una carcajada, sucia o limpia, pero pura.
Si bien es cierto, he de decir, que un movimiento de cualquiera de tus músculos puede llegar a invocar a la luna creciente, desprendiéndose con cada una de mis muela hasta el vacío.
Y del resto, trazo letras y apellidos en la costura de las cortinas por las que jamás discutiremos. Me recuerdo al tiempo todo por lo que vivimos, por contarnos la ideas con la cabeza apoyada en calor, y seguir siendo niños.
Los gatos observan como exprimimos nuestra curiosidad en sus hocicos, y se acercan confiados, pero gatos aún. Y recargamos lo de dentro de la sudadera para saltar. La verjas son obstáculo nulo para su pandilla multicolor, y me vuelvo ellos. Aún y todo la tarta de manzana se cuece en el horno, y ciertas historias escalan unos pocos metros hasta el siguiente reposo, restando animalidad a la cuenta total.
En los sueños de cualquier mujer, y también en los de los humanos, se perciben mágicos y siniguales los colores de las ocho de cualquier tarde de abril, al ras de cientos de campos salvajes, labrados o intactos. Nos inmiscuimos entre sus flores, sus buenas o malas o neutras, las hierbas, y nos aceptan.
El sol apuesta por nuestra compañía, se queda un rato más con tus ojos verdes, y me ríes la paz de estar aquí, tan presentes y pronunciados, capaces de obviar cuando llueve hasta puntos ilimitados.
Me retiro a soltar la columna erguida en el colchón postrado, con la gratitud infinita de, entre mucho inviable de mentar, ser capaz de darme cuenta de que todos, absolutamente todos los días desde que te conozco, has aprovechado al menos una oportunidad en el día compartido, y tantas muchas más que una, de sonsacarme una carcajada, sucia o limpia, pero pura.
Si bien es cierto, he de decir, que un movimiento de cualquiera de tus músculos puede llegar a invocar a la luna creciente, desprendiéndose con cada una de mis muela hasta el vacío.
Y del resto, trazo letras y apellidos en la costura de las cortinas por las que jamás discutiremos. Me recuerdo al tiempo todo por lo que vivimos, por contarnos la ideas con la cabeza apoyada en calor, y seguir siendo niños.
miércoles, 5 de abril de 2017
Desorden versátil literal de un cerebro cualquiera
La llave de una carcajada en el sofá.
Los murciélagos despertando al sol viajero.
El hierro en las sillas, las barandillas.
Pronósticos de picaduras.
Las espirales de humo en tu cara larga.
Mi aliento a recaídas.
Los pequeños y los grandes miedos.
Nuestras alergias al polvo y las malas rutinas.
Veintitantos que esprintan los relojes.
Senectud retrasando la hora dos días después.
Ruedas grandes y bolsillos pequeños.
No funcionan mis frenos.
Nunca bajamos de cuarta.
Los movimientos continuos de bragas, muñecos y libros.
Decenas de cuartos en montones de suelos.
Fantasmas de mesas garabateadas.
Frías firmas a ventanas tapiadas.
Adultez que se precipita en un pijama de ositos.
Rotundas en el espejo las afirmaciones pasadas.
La realidad me ata una cuerda larga,
al aro del fuego y los tributos.
La administración del bombardeo de precios y emociones.
En medio de la rebujina disparamos al aire.
Abrimos el aroma a plastelina y ceras.
El brillo de lo que seremos,
aunque cueste el fracaso de lo que ahora pienso.
Mi ser que no se conoce.
El tuyo que abriga mis pies descalzos.
Cuidan de mis dedos tus ojos que leen.
La deriva que me llevo a la cama.
Mis sinceros silencios,
tus dejar atrás
Su casa.
Nuestro siguiente alto en el remanso.
Sed de vida
'Sin-o' con descanso.
Cualquier pensamiento es válido
para la inercia del que ama.
Los murciélagos despertando al sol viajero.
El hierro en las sillas, las barandillas.
Pronósticos de picaduras.
Las espirales de humo en tu cara larga.
Mi aliento a recaídas.
Los pequeños y los grandes miedos.
Nuestras alergias al polvo y las malas rutinas.
Veintitantos que esprintan los relojes.
Senectud retrasando la hora dos días después.
Ruedas grandes y bolsillos pequeños.
No funcionan mis frenos.
Nunca bajamos de cuarta.
Los movimientos continuos de bragas, muñecos y libros.
Decenas de cuartos en montones de suelos.
Fantasmas de mesas garabateadas.
Frías firmas a ventanas tapiadas.
Adultez que se precipita en un pijama de ositos.
Rotundas en el espejo las afirmaciones pasadas.
La realidad me ata una cuerda larga,
al aro del fuego y los tributos.
La administración del bombardeo de precios y emociones.
En medio de la rebujina disparamos al aire.
Abrimos el aroma a plastelina y ceras.
El brillo de lo que seremos,
aunque cueste el fracaso de lo que ahora pienso.
Mi ser que no se conoce.
El tuyo que abriga mis pies descalzos.
Cuidan de mis dedos tus ojos que leen.
La deriva que me llevo a la cama.
Mis sinceros silencios,
tus dejar atrás
Su casa.
Nuestro siguiente alto en el remanso.
Sed de vida
'Sin-o' con descanso.
Cualquier pensamiento es válido
para la inercia del que ama.
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