cuento las soplidos necesarios hasta alcanzar la calma.
Contengo,
canalizo y transformo en gotas de cariño la rabia.
Me retiro,
y procuro deshacerme en cuanto puedo
de los sentimientos inconvenientes
entre la lluvia y los pañuelos.
Débil y cobarde,
es bastante probable
sean llamados el llanto y el desvelo;
signos de fragilidad
al no soportar los vientos.
Pronto acierto,
sin embargo de este resto,
de que es fuerte el que no quiere rabiar por dentro,
el que deja que le fluya el sentimiento.
Y me cercioro de que tan solo es un método,
uno más entre un millón,
de agarrar lo que te quema
-como puedas-
y expulsarlo de tu cuerpo.
Liberar culpabilidades,
calmar las hormonas,
deshacerte de ello;
Plenitudes que llegan cuando ya no estás lleno.
¡Agarrad por los huevos a cualquier contratiempo
ya sea muerte, goteras o migas en el pelo,
-es lo que promulgan mis voces de adentro-
y soltadlo en formas diversas, caedlo!
Les contestan con firmeza a las otras que comentan
sobre aquellas frustraciones,
-las que pesan-.
Y llegados a este punto,
cada uno como sepa,
como bien haya aprendido,
con el hábito adquirido,
que desprenda de sí mismo lo dañino.
Cada cual, cada día,
sin castigo si varía,
que escoja su forma de vida
Que reviente de rabia
o la guarde escondida
que la expulse con whisky,
senderismo o rencor,
que haga algo o que no,
que escriba o pelee,
que malhable o pasee,
con el fin de alcanzar la armonía
la interior principalmente
y como no,
la que ha de reinar en compañía.
-Y como sí, la compañía, la real, la que ama, regala calma-