martes, 31 de octubre de 2017

La noche que murió mi perro Otis

      Nunca había oído hablar de la calle mandrágora, a pesar de que está muy próxima a la casa en la que llevo viviendo ya ocho años. "Mandrágora"; tampoco había escuchado esa palabra hasta ayer por teléfono. He llegado a la cafetería, tocaya del callejón donde descansa, temprano y empapado, gracias a las indicaciones de un viandante y a la tormenta que ha despertado la ciudad. Me dispongo a buscar el rincón más escondido y apartado del local con el fin de sacudirme como lo hubiese hecho Otis en una situación como esta. Enciendo mi cigarro mientras remuevo el café, cuando de pronto, la magia en la que no creo, hace que el tocadiscos de detrás de la barra silbe Cigarettes and Coffe.

       No se me concede el placer de disfrutar la canción, porque en el instante en que Mr.Redding se dispone a abrir la boca, la puerta hace lo mismo para dejar paso al periodista que, sin una sola gota sobre la chaqueta vaquera, se acerca hasta mi mesa. Sin más formalidades que un apretón de manos, aquel hombre me dirige sus primeras palabras de la mañana: 

      -Si le parece, empezamos ya; llevo cierto retraso en la investigación. 

      -Claro- Es mi respuesta. Enciende la grabadora y se sienta. 

      -Bueno, como ya le dije por teléfono, quiero que me cuente todo lo que  pasó la noche que murió su perro Otis. 

      Apuro mi cigarro y lo utilizo para encender el siguiente, la ocasión lo merece. Pido otro café y comienzo a contarle la espeluznante historia que protagoniza mis pesadillas hasta día de hoy:   

      -El otoño daba una excedencia a las nubes y dejaba la tarde totalmente despejada, como contradiciendo a la situación que había de acontecer; la temperatura estaba comenzando a bajar drásticamente con la marcha apresurada del sol por la arboleda, que se veía negra,a contra luz. Llevaba un par de semanas recorriendo los senderos de la cordillera; parando, cada vez que podía, en los pueblos de las laderas que resultaban cercanos al camino previsto. Ese día estaba cansado, tenía frío y me dolía mucho la pierna. Había resbalado por la mañana cruzando un riachuelo y necesitaba que alguien, que entendiera de medicina más que yo, le echara un ojo a la rodilla. No había sido una rotura, lo sabía porque me dejó andar durante bastantes horas; parecía más bien algún tipo de lesión leve. Había perdido toda su fuerza y aunque no me respondía, chillaba groserías a la par que cojeaba.   
      Otis, que marchaba desatado, contento y ajeno a las circunstancias, comenzó a ladrar cuando vio el pueblo a lo lejos, como avisando de que llegábamos. Me asusté un poco al ver civilización de nuevo cerca suyo, la cual pudiera herirle, atropellarle o sancionarme por llevarlo suelto, así que le enganche rápido la correa al cuello y me incorporé. En ese instante vi a la anciana. Aún estaba lejos, pero se la podía distinguir perfectamente. Era vieja, encorvada y andaba incluso con más dificultad que yo en ese momento. No tenía muchos aires de ser mochilera o agricultora. "Estará dándose un paseo", es lo primero que pensé, idea que descarté de inmediato, ya que la noche se apoderaba con velocidad del horizonte, y ella se alejaba del pueblo, en lugar de emprender el camino a casa. Conforme nos acercábamos se incrementaba mi sensación de preocupación, la señora tenía muy mala pinta, me pareció moribunda... 

       -Un momento- me interrumpe el periodista. -¿Dijo hace un rato que le dolía fuertemente la rodilla? Esto es bueno...y la "vieja"...- Masculla mientras apunta en su libreta - ¿Podría decirme si el dolor se comportó de manera anormal después de aquella noche?-

      Mientras apuro mi segunda taza, el universo vuelve a burlarse de mí con sus absurdas brujerías; comienzan a sonar los primeros acordes de Hard rain's a-gonna fall. Al mismo tiempo, ahí afuera, la lluvia se apremia en caer a su son. 

      -Sí, el dolor de la pierna, y cualquier otro que pueda imaginar, han sido totalmente borrados de mi vida....Bueno, como le iba diciendo, mi preocupación por aquella señora iba aumentando conforme se acercaba, así que le estuve preguntando si podía ayudarla hasta que... Ella no contestaba, se movía y comportaba de manera extrañísima. En un momento dado... Otis... Otis no había parado de ladrar y saltó encima de ella. Un grito descomunal me golpeó en los oídos. Caímos los tres al suelo. Por más que repaso los hechos, no sé que pasó aquella noche. Otis nunca más ladró. ¿Tiene fuego? 

      -Tome. ¿Y luego? 

      -Luego descubrí lo que escondía debajo del abrigo. Solo vi su figura durante un brevísimo instante, el tiempo que tardé en desmayarme. El segundo chillido me cogió demasiado cerca. Su cuerpo parecía... parecía una raíz extirpada del suelo y una anciana simultáneamente. Se marchitaba, se moría. Cuando me levanté ya no estaba. 

      -¿Una raíz dice? Perfecto, esto es lo que buscaba. Haga el favor y mire lo que tiene en la mano. 

      Mis ojos se dirigen hasta la cajetilla de cerillas que sostengo para, perplejo, asentir con la cabeza mientras contengo el aire, incapaz de pronunciar palabra.   

      -Verá Paco, seguro que le ayudaría una breve explicación sobre las mandrágoras...
Ilustración de <The Galapalo> https://www.artstation.com/the_galapalo






miércoles, 4 de octubre de 2017

De ayer a hoy, crecí.

Un martes cualquiera con la luna casi llena
escrito el miércoles que le sigue.
Una luna, ahora intensamente ocre
rebotando por la ladera de la Muela.
Un nuevo reencuentro con la Cantalobos
desatando mis músculos y mis neuronas.
Un ensayo a tres voces que parecía real,
 y tres mañanas aprovechadas.
-Aunque sea temprano la una,
 y perfecto el a medio día-
Una cama, por fin con feng shui,
apoyada en la pared que le tocaba.
Un rencor, o varios, que queman
si no se sueltan,
que hierven si no se escriben.
Un puñado de cosas que hacer
y yo única responsable
-en intento desesperado de auto-disciplina-.
Una capacidad extraordinaria
de querer perdonarle al mundo
que te chafen el trabajo bien hecho.
Un instinto irrevocable de que esto me cueste trabajo.
Una cantidad de asco inmensa
hacia los bombardeos de desinformación,
los tiroteos de opiniones sin fundamento,
y la metralla de irracionalidad de las redes sociales.
Un gran y maravilloso don para olvidarme de toda la mierda
cuando salgo a mi terraza.
Un intento y medio de dedicarme a cambiar yo misma
y contároslo en música y versos.
Una vida que es toda para vivirla.
Unas vacaciones que huelen a pronto y cortas.
Toda la suerte que está de mi lado
-incluso en lo malo-,
y cuatro principios de arrugas perfectas.