miércoles, 4 de octubre de 2017

De ayer a hoy, crecí.

Un martes cualquiera con la luna casi llena
escrito el miércoles que le sigue.
Una luna, ahora intensamente ocre
rebotando por la ladera de la Muela.
Un nuevo reencuentro con la Cantalobos
desatando mis músculos y mis neuronas.
Un ensayo a tres voces que parecía real,
 y tres mañanas aprovechadas.
-Aunque sea temprano la una,
 y perfecto el a medio día-
Una cama, por fin con feng shui,
apoyada en la pared que le tocaba.
Un rencor, o varios, que queman
si no se sueltan,
que hierven si no se escriben.
Un puñado de cosas que hacer
y yo única responsable
-en intento desesperado de auto-disciplina-.
Una capacidad extraordinaria
de querer perdonarle al mundo
que te chafen el trabajo bien hecho.
Un instinto irrevocable de que esto me cueste trabajo.
Una cantidad de asco inmensa
hacia los bombardeos de desinformación,
los tiroteos de opiniones sin fundamento,
y la metralla de irracionalidad de las redes sociales.
Un gran y maravilloso don para olvidarme de toda la mierda
cuando salgo a mi terraza.
Un intento y medio de dedicarme a cambiar yo misma
y contároslo en música y versos.
Una vida que es toda para vivirla.
Unas vacaciones que huelen a pronto y cortas.
Toda la suerte que está de mi lado
-incluso en lo malo-,
y cuatro principios de arrugas perfectas.

           

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