Té sin azúcar por la mañana,
con un chorrito de leche de soja.
Dejo la guitarra de nuevo en su sitio;
demasiados cortes para tocarla.
O el sueño de la cuerda rota, que más dá.
Empiezan las excusas, y aún no he terminado el vaso.
Por la noche cojo el bote de crema de cacao,
una cuchara larga
y mando a la mierda los propósitos
-los muchos de ellos-
que gobiernan solo un pequeño lapso de tiempo.
Intervalo que sucede desde que me acuesto
empachada de todos mis antojos,
hasta que voy por la mitad de ese brebaje
sin edulcorar y de un tono turbio,
pasando por todos mis sueños.
En el mundo de las sábanas
yo soy la heroína y gano siempre.
Huyo más que lucho, si bien es cierto.
Pero salvo vidas.
Despierto entonces
con un té sin azúcar
y algo que contarle a Pablo,
y a veces hago flexiones o estiro.
No estiro, desde hace tiempo,
desde que me siento más en sofás que en el suelo.
A veces también escribo,
por la mañana... -que loca, sin luna-
fruto de una extraña inspiración
entre sorbo y sorbo.
Olvido la taza cuando quedan dos dedos,
por costumbre, me cuestan los finales.
Cojo una piedra de esas
que se antepusieron en mi camino
y me siento antes de llegar a la meta.
La observo
desde relativamente cerca
Pero espero un rato y veo la gente pasar,
escucho trozos de sus conversaciones,
y las convierto inconsciente de ello
en lo de atrás de mis futuros sueños.
El té ya hace una hora que se ha enfriado.
De mientras llamadas, horarios y planes
y la terraza con sol ahí al lado.
La veo desde lo alto,
cerca y con tanto suelo...
que se merece ser el final de este poema.
Y el principio de mi nueva era.
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