A la orilla del río sagrado, y tras uno de los días más largos e intensos de mi vida, observo los fuegos y las bengalas, las velas y las flores como ofrenda, y doy las gracias por la dicha que me inunda.
El remolino de emociones, todas ellas concentradas en la misma jornada y cargadas de fuerza como pocas veces las he sentido, me conduce a lo más profundo de la conciencia.
Vibro con la luz y los petardos, resueno dentro de eso que siempre ando buscando. Eso que anda dentro y soy yo, ha salido al encuentro del Ganges.
Antes de llegarnos, se ha dado en mi cuerpo una de las limpiezas internas que con más claridad recordaré. La muerte en cada carril, los desperdicios en cada esquina, todos mis sentidos activados y alerta, y la certeza de que para llegar a donde estoy, solo hay que confiar, respirar y vomitar todo lo que sobra. Pauso la mala onda, me acostumbro a los olores y todo se vuelve bello.
Y creo, creo en mí y en el universo, que son lo mismo y que me acercan, a base de palos y amor, aquí donde tengo que estar, donde sea, donde soy.
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