No era él, lo sabía
porque pudo recordar con claridad, aquel caluroso día de primavera en el que se
cagó en los pantalones, y no se parecía en nada a esto. No, no era él. No era
el miedo el que tocaba ahora a la puerta, de lo contrario le habría recorrido
un escalofrío tan ardiente y petrificante que le habría, cuanto menos, hecho
segregar alguna gota de sudor. Ni si quiera se le ocurrió chillar o correr
cuando vio la sombra por debajo del portón. La entrada era exuberante y parecía
llevar dormida más de cien años. La naturaleza se estaba apoderando de ella,
pero las secas y podridas hojas del suelo, se habían desplazado recientemente como
si alguien la hubiera abierto lo justo para pasar con cuidado entre las dos
grandes alas. Y es que se asemejaban realmente a dos inmensas alas. Las viscosas
telarañas que las cubrían intensificaban el símil. Sin embargo no eran unas
alas como las de un ángel o una paloma. Era una puerta con alas de muerte, y el
miedo ya no tenía cabida en semejante situación.
Elena
8 Octubre 2016
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