-¿Conoces “La Luna” de Montanejos?
-De oídas...no se mucho, ¿está guapa?
-Bua, más de doscientos metros de caliza, ocho
largos que conforman una pedazo de vía... ¡Guapa no, guapísima! - Y tras un
gesto de asentimiento ciego hacia el cielo me dijo:
-El Jueves hay Luna Llena...¿te hace una de
escalada nocturna?
-¿Queee? Llevaba mucho tiempo queriendo
escalar a la luz de la luna... ¡Escalar de noche! Sería mi primera vez...
Y así dio comienzo.
La
primera vez que vi la Luna era de día. Estaba vacía y entera, esperando a que
algún lunático fuera a escalar los secretos de la caliza que conforman el
tétrico cuerpo de la larga e intensa ruta.
Como
sed de algo más, la vía deseaba que dejaran de explorarla siempre en horas
punta; se había cansado de escuchar la luz solar mientras acariciaban su
adherente y agresiva roca; las cuatro estaciones resonaban siempre de día. Anhelaba
que le hicieran honor a su nombre, y la escalaran junto al astro más bello de
todo el universo, por lo menos de este universo, la Luna Llena.
Así,
desde la pared de enfrente, la observaba aún con los rayos de su amante
Lorenzo, y visualizaba como sería escalarla a tientas, a vista, con nocturnidad
y alevosía. Los más de doscientos metros de pared, pedían a gritos compañía en
las oscuras y heladas noches, en las que se encontraba solitaria en el fondo de
un impresionante cañón, el cual, por cierto, había sido olvidado hasta por el
agua.
Y
allí estábamos, decididos a ascender por tan característica línea, en plena
noche de un Jueves de Marzo, donde la llenísima y blanca Luna, nos acompañaba
en lo profundo del monte, y despertaba a búhos, cabras y bichos adictos a lo
oscuro, para que no estuviéramos solos en tan descabellada andadura.
A
las once en punto, ni un minuto más, ni uno menos, llega la hora de la verdad.
Sin embargo, había comenzado a vivir la intensidad del momento desde que me lo
propuso; se iba desarrollando desde la idea inicial, pasando por los
preparativos y rituales previos hasta llegar al clímax mientras la trepábamos,
no como fin de la aventura, si como punto más álgido. Incluso una vez
terminado, sigo viviendo y reviviendo ese inmensamente largo instante. La
jornada más larga y eterna de mi vida, está dispuesta a quedarse descansando
dentro de mi cabeza hasta que esta deje de regirse por la locura más cuerda que
existe. El sentipensamiento me perseguirá hasta que mis conexiones neuronales
digan lo contrario.
Mi
primera escalada nocturna. mis primeros vuelos en vías de largos, mis primeros
vuelos nocturnos... Mi primera ascensión a la Luna, mi primera emoción de
aventura real... concentró el punto más alto y decisivo en nueve horas de subir
manos, enfocar el frontal, subir pies, retocar el frontal, cerrar mosquetones,
apagar el frontal, destrepar por el miedo, encender el frontal, repetir la
ferrata, que se choque el frontal, hartarme de su luz, encendida la luna en lo
alto de nuestro techo estrellado, y se olvida el frontal, cuando en el último
largo se despidió nuestra compañera de cordada, para presentarnos los
agradecidos rayos de sol, que teñían la arribada a la cima, dónde el sueño nos
cogió cansados de tantas emociones.
Tirados
en lo alto de lo que ha sido la ruta más importante de mis días de escalada,
descansamos durante algunas horas después de escarbar improvisados lechos. En
el despertar consternado y con la excitación al límite del suicidio, emprendimos
el nunca desestimado descenso por un camino desconocido, caldeado por el abrasador rey de los
astros, y bañado de temeridades llamadas “tierra descompuesta”, “pendientes
infernales” , “presas traicioneras”, “mochilas olvidadas”...
Mientras
el Puente del Diablo, la Belle Epoque, y sus pedregosas amigas, observaban como
se escapaba de nuestra cabeza todo el dolor. Los malos pensamientos se
trasmutaban en una llave con dientes sonrientes, que nos abría las puertas al
siguiente nivel; la actitud progresa, la intención te hace avanzar, y yo me
niego a quedarme atrás.
Elena
Luna llena de marzo 2015
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