Buscaba apoyarse en barandillas carcomidas
repintadas y vueltas a barnizar
pero partían su frágil esqueleto cuando aumentaba su peso
encontró una vieja mecedora, que siempre estuvo allí
se sentó a acompañarla hasta que llegara la hora tan poco esperada
despertaba mañana tras mañana meciéndose con la armonía de
su vejez acogedora
Buscaba cobijo entre sus reposabrazos, acariciaba los
pliegues de un tapiz desgastado
Le dijo la mecedora que siempre guardaría esos momentos en
el rechinar de su balanceo
Simples gemidos que recordaban un antaño menos desgastado
Volvía a confiar en rotas mesas llenas de picados en sus
patas,
que debilitaban su estructura y las partían con el posar de
su cansancio
Encontró alguna ilusión de hamaca
y de taburete,
parecían cómodos y nuevos
La ilusión que le producía poder tumbarse un rato,
respirar, beber, jugar…
era suficiente para confiar ciegamente en cualquier punto de
apoyo
Resultaron ser los tres sitios donde más a gusto había
descansado jamás,
decidió guardar el rechinar,
el suave balanceo de una tela entre palmeras,
y el bullicio
que acompaña a taburetes,
decidió guardarlos en su más hondo recuerdo,
decidió confiar en que la vida le daría algo más para soñar
en que la noche y el día le darían cómodos camastros,
cojines de ensueño y almohadas de plumas para que el letargo que quedaba, fuera
tal y como lo merecía.
Elena
17-Marzo-2015
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