Chimeneas encendidas decoran los olores de la tarde.
Nublada y luminosa, más blanca que gris, reposa una Chulilla
vespertina y viva.
Se relajan los corazones en el hogar más idóneo y perfecto
de un ahora, que ya es siempre por el resto de la eternidad.
La lluvia se arranca en el instante en que decido escribirle
a las nubes, que me protegen de lo que hay arriba y mojan la tierra...
El suelo, que no es mío, y sí lo es, emana los vapores de
las entrañas de un planeta que aún conserva un pedacito de esperanza. Y algunos
conseguimos sentirlo.
Y supervivimos los afortunados, concienciados de que todo lo
que se venga es un regalo.
Y nos mojamos la cara y las manos, nos estiramos.
Y proyectamos, pretendemos y procuramos que una gotita sume
a la ecuación la cifra precisa, para que el significado real del amor explote
en la mente de la humanidad.
Y en ocasiones, sí, lo logramos. Por un momento, sumamos
algo, cambiamos algo, y el universo reconfigura lo imposible, y te ves
recompensado, infinitamente y con "pensados" y ligeros sentimientos
de gratitud que te equilibran la balanza, con cierta ventaja hacia lo bueno,
que levanta la sonrisa hacia los ojos.
Vino la lluvia más bella que se pueda imaginar, a
refrescarme la cara con su color cambiante. Besé con lengua a la mirada que la
traía, y la felicidad que ya era propia, que ya era mía, se aceleró...
(...)
Elena
19 Octubre 2016
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